lunes, 22 de febrero de 2016

Que le jodan a las PUTAS NORMAS

Estoy cansada de ser testigo de cómo las administraciones de Europa y de los estados se pasan la pelota, por el forro de sus narices.

                                     

Harta y premenstrual, no paso ni media. A nadie.

La exclusión me sienta fatal.
La social, no la auto-exclusión deseada por la necesidad de descansar de estar fuera. De vez en cuando, se necesita estar dentro, ser en casa, sola con tu espíritu, con tus sentimientos, emociones y sensaciones. Dejar descansar a nuestro cerebro, a nuestro sistema nervioso de tanta lucha, de tanta sobreestimulación, ¡qué agonía!

Reivindico mi derecho a no tener que ser testigo visceral de la degradación, el ostracismo y el ninguneo que sufren muchos colectivos que se salen de la norma, de la PUTA NORMA.

¡Me la suda! te digo, sosteniendo un afilado cuchillo entre los dientes.

                                            

Me la suda todo tu conjunto de mierda de normas.

Hasta los 17 me obligaron a llevar un ridículo uniforme no apto para trepar por los árboles, practicar Judo, aunque sí Ballet, porque era niña.
Intentaron hacer de mí una mujer de provecho, pero sólo lograron hacer un especímen rebelde con uniforme, cada vez más disconforme con los límites impuestos sin razón, sin consenso, desuniformada y adoradora de la diversidad.
Acabé practicando Jiu-Jitsu, Kárate y siendo una agresiva Kick-Boxeadora en gimnasios de barrios chungos. ¡Ja!

                                                     

Y más obras en el Metro de Madrid... pero no para hacerlo accesible a todos/as los/as viajeros/as, sino para seguir contemplando la indignidad de una mafia que subimos al Congreso y al Senado y de la que intentamos librarnos cada 4 años.

La sociedad de los uniformes, que machaca la diferencia, no nos vaya a hacer pensar diferente y se vayan a la mierda nuestros planes perfectamente calculados, alineados, de alienación personal y social. De ruptura por grupos y subculturas; esto va de romperse, de no reconocerse como iguales en respeto y dignidad, de, si puede ser, odiarse, como en un patio de colegio-cárcel.

Yo a lo mío, tú a lo tuyo y si puedo, me llevo algo del otro, que no estaba a lo suyo.
Esto va de mi vida es más importante que la tuya y si tengo que matar por una camiseta a 1€ en el Mercado de Baratijas que hay montado en Gran Vía, mato.
Mato por un Smartphone o una tablet, desde la que escribo con los dedos ensangrentados de Coltan.

                                                        

Nuestro estilo de vida impera sobre el de los estratos y colectivos oprimidos por MI estilo de vida.
¿Cuándo vamos a levantarnos todas por todas?
¿Cuándo vamos a decir Fuenteovejuna?
A veces necesitamos que nos den un toque personalizado para darnos cuenta de lo que significa la opresión-segregación-exclusión. Y abrir los ojos desde otra realidad donde te crees sola, pero estás rodeada de oprimidas por una u otra causa.
Somos mayoría de oprimidas, pero una minoría de rebeldes.
Si levantáramos todas juntas la cabeza, ¿quién y cómo podría machacarnos?
Pero no. No ha llegado el momento. Algunos grupitos por aquí, otros colectivos por allá se movilizan, plantan cara. Y eso ya es un germen.
Lo difícil, creo, es empezar a retejer, a organizarse. Construir la rueda.

                                                      
Y el resto, va solo. Las demás sólo tienen que observar a las que tiran del carro y contrastar si lo que entienden va con ellas.
Si va contigo, te unes. No pongas excusas. Las excusas son la base de la hipocresía con la que nos engañan y desprecian. Las cosas claras, contigo misma. Con las demás. Ve a donde tengas que ir y quédate donde tengas que estar.
Déjate de chorradas, por honestidad contigo y la humanidad y mueve tu cucu, que el tiempo vuela y yo quiero disfrutar con todas de un poco de libertad para todas, de movimiento, de expresión y de mandar al carajo las normas espartanas, excluyentes y de mala fé.

                                                              ¡Y ole mi abanico!